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Hace mucho, mucho tiempo, antes de que las personas habitaran en la Tierra, había un pequeño oso polar que vivía cerca de la costa de Rusia, en la frontera de este país con Finlandia. Pero nunca estaba en la Tierra, sino arriba, en el cielo, al lado del sol. Era su segundo hogar. Cuando brillaba el sol, él disfrutaba de sus rayos, feliz.
Hace mucho, mucho tiempo, antes de que las personas habitaran en la Tierra, había un pequeño oso polar que vivía cerca de la costa de Rusia, en la frontera de este país con Finlandia. Pero nunca estaba en la Tierra, sino arriba, en el cielo, al lado del sol. Era su segundo hogar. Cuando brillaba el sol, él disfrutaba de sus rayos, feliz.
Un día, sin previo aviso, el sol desapareció. El osito polar estaba furioso porque, de repente, en el cielo hacía muchísimo frío y estaba oscuro. Nuestro pequeño amigo estaba de un humor de mil diablos. Sin embargo, cuando vio que el sol seguía brillando en la Tierra, decidió bajar.
—He venido a recuperar el sol —anunció a los otros animales.
—Pues no te lo vamos a dar —dijo el zorro, a la defensiva. —Sin el sol, la oscuridad y el frío volverán a reinar en la Tierra.
—Ya, pero es que ahora hace frío y está oscuro allí arriba, en el cielo —protestó el oso polar.
Los animales decidieron hablarlo entre ellos. El debate se prolongó días enteros, sin que pudieran llegar a un acuerdo.
El octavo día, el sabio cuervo tomó la palabra: —Todos nosotros, hermanos y hermanas, necesitamos el sol, pero también lo necesita este pequeño oso polar. Propongo que el sol se quede con nosotros en verano y que, la segunda parte del año, vuelva a vivir en el cielo. Esto será en invierno cuando, de todas formas, muchos animales hibernan. Creo que es lo justo.
Y así lo hicieron.
Desde entonces, en el Polo Norte el día dura todo un verano y la noche todo un invierno.
El oso polar no tuvo que pensárselo mucho antes de decidir unirse a los otros animales que vivían en la Tierra, en la costa rusa, justo al lado de la frontera con Finlandia. En invierno, cuando el sol estaba en el cielo, él hibernaba; no necesitaba el sol para dormir. En verano, el sol volvía a la Tierra, donde el osito polar se pasaba el día disfrutando de su luz y jugando con los rayos que le cosquilleaban la nariz.