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Érase una vez un viejo castillo situado en medio de un gran y espeso bosque. En él vivía una bruja que de día se convertía en lechuza y por la noche recuperaba su forma humana. Todo aquel que se acercaba a cien pasos del castillo quedaba petrificado, sin poder moverse hasta que ella lo liberaba.
Érase una vez un viejo castillo situado en medio de un gran y espeso bosque. En él vivía una bruja que de día se convertía en lechuza y por la noche recuperaba su forma humana. Todo aquel que se acercaba a cien pasos del castillo quedaba petrificado, sin poder moverse hasta que ella lo liberaba. Pero la bruja hacía una excepción: si una doncella se acercaba, la transformaba en un pájaro que luego metía en una cesta y guardaba en una sala del castillo.
Un día, una hermosa doncella llamada Yorinda estaba paseando por el bosque con su prometido, Yoringuel.
Yoringuel se asustó al ver los muros del castillo y advirtió a su amada: —¡Guárdate bien de acercarte mucho al castillo!
Pero Yorinda simplemente respondió con una canción: —Mi pajarillo del rojo anillo canta tristeza, tristeza, tristeza, canta la muerte a su pichoncillo, canta tristeza, ¡pío, pío, pío!
Yoringuel se volvió a mirarla, pero Yorinda ya se había convertido en un ruiseñor.
Entonces, una lechuza pasó volando sobre sus cabezas y desapareció detrás de un arbusto. Un momento después, salió de él una vieja encorvada que agarró al ruiseñor. Yoringuel se quedó petrificado. No pudo moverse hasta que la vieja regresó para soltarlo.
Yoringuel se arrodilló ante la mujer y le suplicó que le devolviera a Yorinda, pero fue en vano.
Una noche, Yoringuel soñó que encontraba una flor roja como la sangre, con la que podía recuperar a Yorinda. Al despertarse a la mañana siguiente, empezó a buscar la flor por todas partes. Y he aquí que por fin la encontró. La arrancó y corrió al castillo. En esta ocasión, no se quedó petrificado al estar a cien pasos del castillo y, cuando tocó la puerta con la flor encantada, se abrió. Dentro, encontró una enorme sala en la que la bruja estaba dando de comer a los pájaros que tenía encerrados.
Cuando la bruja vio a Yoringuel, se puso furiosa y empezó a escupir veneno. Sin embargo, gracias a la flor encantada, no podía acercársele. Yoringuel empezó a buscar a Yorinda pero, ¿cómo iba a reconocerla entre todos aquellos ruiseñores?
Entonces se dio cuenta de que la vieja cogía con disimulo una cesta y se dirigía a la puerta. Corriendo, se plantó delante de ella y tocó la cesta con la flor. La maldición desapareció y Yorinda volvió a su forma humana. Yoringuel fue tocando cada una de las cestas para liberar a todas las doncellas. A partir de aquel día, Yoringuel y Yorinda vivieron felices muchos años.
Basado en el cuento Yorinda y Yoringuel, de los hermanos Grimm. Publicado por primera vez en 1812.